Es imposible enlistar todas las cosas que he aprendido este 2017, el año en que comenzamos nuestra vuelta al mundo, ¡y eso que todavía no pasamos del segundo millar de kilometros!
Hace, ya, casi siete meses que la capitana y yo iniciamos una nueva vida, dejar todo lo conocido para salir a ver qué hay allá afuera y no sólo verlo a través de un parabrisas o una cámara, no, salimos a empaparnos de él, a sudarlo, a recorrerlo con la fuerza de nuestras piernas a no más y no menos que a la velocidad de las mariposas que es la velocidad ideal para verlo y respirarlo todo, porque verán, a esa velocidad te haces amigo, te enamoras de tu entorno, así de hermoso es viajar en bicicleta, te acercas tanto que sientes no sólo el destino, tambien el camino, conoces tantas cosas involuntariamente que te preguntas si el destino si quiera vale como objetivo primario, eso sí, no te salvas de dejar un pedazo de tu corazón en ese lugar o en esa persona, duele haber conocido un lugar hermoso y darle la espalda, duele conocer alguien para después dejar a un hermano, somos unos masoquistas y es que simplemente la curiosidad es lo que nos empuja a seguir adelante, ¿qué habrá más allá? ¿Qué sigue? Sólo queremos ver más y más. Si los viajeros tradicionales dejan un pedazo de su corazón en los sitios que conocen, los cicloviajeros lo dejamos en el camino.
Este año llevó como objetivo este gran viaje, al principio fue para volverlo realidad y después de vivirlo, meses de planeación, de compras, de ventas, precidieron a el día del estrés, de las prisas, de arreglar todos los pequeños detalles que faltan, para después el silencio del avión despegando, las lágrimas recorriendo nuestras mejillas mientras sentíamos, el dolor, la nostalgia, el miedo, la incertidumbre, la emoción de estar dando el último paso, ese que te saca de tu país para hacer tuyo el mundo; después siguieron cientos de los kilometros que se tratan no sólo de ver el mundo también fueron para conocernos, entender nuestros límites, entender el entorno, aprender qué podemos tomar, qué tenemos que costear por otros medios, cuando nos da hambre, dónde satisfacerla, dónde apagamos la sed, experimentar para dormir, los primeros kilómetros aprendes de ti, de ella, del mundo, del lugar y las relaciones entre todos los mencionados.
Ahora, después de sólo 1500km a través del oeste de Francia, estamos en San Sebastián, España, el país vasco nos abriga con sus lluvias impredecibles e idioma incomprensible para nosotros "kaixo", "egun on", "zorionak", "eskerik asko", "sirimiri", "agur", hemos estado aquí por cinco meses, consiguiendo todo lo que no podemos en México, haciendo voluntariado, conociendo esta sociedad, extrañando a nuestras familias y amigos, y conociendo a gente de todo el mundo: Pablo, Christopher "Hola, buenas", Julia, Martín, Mariano, Angie, Sebastiano, Catalina, Anivair, Muriel, Mila, Jesús, Estela, Txaqui, Erka, Estela, Laura, Tairan, Pablo mantenimiento, Bong, Lucas, uf... Este alto sirve para recalcular todo, ahorramos, modificamos los errores y dejamos lo bien hecho, claro que siempre disfrutando de la vida: hemos probado decenas de platillos y dulces nuevos, visto castillos por dentro y por fuera, montañas que adornan el paisaje, casas hermosas que nadie fotografía, iglesias impactantes, ciudades que llaman a perderte en ellas, caminos que desafían tus piernas, comida que intriga, lugares únicos como Mon Saint Michel, Nantes o la isla de Ré, personas que ya sea a palabras o señas nos dejan ver un pedazo de su alma a veces por una platica corta otras por una noche de juegos o una cena.
El caso es que seguimos aquí, señores, muy vivos y con una sonrisa en la boca pues sabemos que va para largo.