(Esta reflexión la hice hace tiempo por eso no recuerdo exactamente las referencías, gracias a todos, especialmente a quien redactó los primeros párrafos porq estos fueron los que me dieron las fuerzas de empezar y acabar este texto.)
Siempre ha existido fascinación por las últimas palabras que una persona pronuncia antes de morir. Tal vez porque creemos que alguien que está en el umbral de la muerte, tiene acceso a realidades espirituales que están escondidas para el resto de nosotros. O porque pensamos que al estar cercana la partida, la mayoría de seres humanos se entregan a la honestidad y la franqueza, revelando cosas increíbles, arrepintiéndose de maldades o tonterías que ha hecho en la vida o confesando pecados ocultos. Después de todo, ya no tiene nada que perder.
Sin embargo, creo que en realidad nos mostramos tal como somos al morir. Y lo que decimos y hacemos está de acuerdo con el carácter que hemos demostrado en nuestra vida.
Algunos recalcan lo que ya sabíamos por sus obras.
"Señor, ayuda a mi pobre alma" dijo el romántico estadounidense
Edgar Allen Poe, o
Víctor Hugo escritor considerado el mayor exponente francés del romanticismo dijo en su lecho
"Veo la luz negra".
Otros se burlan o ironizan dejando una sonrisa a los presentes como
Honorato de Balzac, novelista de lo real, que arrepentido por el tiempo perdido dijo
“Ocho horas con fiebre, ¡Me habría dado tiempo de escribir un libro”.
Beethoven, por ejemplo, dijo
“Aplaudid amigos, la comedia ha terminado” en su lecho de muerte o también el escritor irlandés,
James Joyce, preocupado por que la crítica calificó de incomprensible su última novela, preguntó antes de morir
“¿En serio nadie la entiende?”.
Además de otros personajes que no hacen más que remarcar su opinión de sí mismos o su gran genialidad.
"Las últimas palabras son para los tontos que no han dicho lo suficiente" acotó
Carlos Marx. El escritor e ideólogo español
Ramiro de Maeztu les dijo a sus verdugos
"Ustedes no saben por qué me matan, pero yo sí sé por lo que muero: Porque sus hijos sean mejores que ustedes".
Otros, como el archiduque
Franz Ferdinand, tratan de tranquilizar a su ser más cercano
“No es nada. No es nada” le dijo a su mujer, tratando de calmarla, cuando fue herido por un disparo. Más equivocado no podría haber estado.
Entre algunas otras podemos encontrar las últimas palabras de
John Lennon a los segundos de haber sido herido de gravedad que desnudaron al completo su inocencia e impotencia:
“Me dieron”, simplemente alcanzó a decir.
Quizás una de mis favoritas es la que dijo
Voltaire, filósofo y escritor francés, cuando, en su lecho de muerte, fue consultado sobre si renunciaba a Satanás a lo que respondió
“Ahora, mi buen hombre, no es momento de hacer enemigos”.
“Adiós, amigo mío, sin gestos, sin palabras,
que no haya dolor ni tristeza en tu frente,
en esta vida, morir no es nada nuevo,
pero vivir, por supuesto, es menos nuevo aún.” escribió el poeta ruso
Serguei Esenin, utilizando como tinta su propia sangre, justo antes de colgarse de unas cañerías de agua.
Pero algunos hombres deciden enfrentar la muerte como lo hicieron a la vida. Derechos según los principios que proclamaban.
“¡Dispáreme en el pecho!” se despidió gritando
Benito Mussolini al ser fusilado o como
Ernesto “Che” Guevara dijo cuando a su celda entró el soldado encargado de asesinarlo, evidentemente nervioso
“Sé que ha venido a matarme. –dijo-
¡Póngase sereno y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!”.
La pregunta aquí es:
Y tú, ¿Qué dirías?