—Mira, déjame solo, ¿si? doc, por favor. —dijo. Su esposa y el médico lo veían confusos, estaban felices por cómo había salido el procedimiento, eran buenas noticias para todos pero, el despertar, él no parecía cansado o confuso que es lo usual después de una cirugía de doce horas, tal vez aliviado, feliz después de recibir las noticias, no, estaba enojado, al borde de la furia, ¿Quién enfurece al saber que le salvaron la vida, sobre todo después de la larga espera por un transplante? ¿Cuantas personas pueden decir lo mismo después de una infección cómo esa? Se vieron uno al otro y salieron.
Arturo fijó su mirada en el borde de la cama, ensimismado, el silencio lo calmaba, podría sentir su corazón latir, aún no se podía calmar del todo, el olor a hospital no le agradaba pero era mejor que el fango de hace unos minutos. —No puede ser —pensó para sí—, él me clavó el cuchillo, yo lo busqué e inicié la pelea... pero...—rozó su costilla allí donde debería seguir brotando sangre, nada.
—Carnal, qué bien verte despierto.
Reconoció la voz al instante, todos sus sentidos se crisparon mientras volteaba a la puerta. Era él, pero diferente, tenía puesto una chamarra de cuero negra, sin canas, botas de montaña —¿se habrá pintado el pelo? no, no tiene arrugas en la cara, tampoco su cicatriz de la nariz... ¿Qué carajo pasa?— lo que había sido un vuelco al corazón acompañado del impulso de saltar de la cama y buscar al arma más cercana se había vuelto total confusión, sintió el control de la TV a un lado suyo, lo agarró con fuerza, estaba listo para reaccionar por si acaso.
—Si, e... cómo... por qué estás aquí? —contestó.
—Pues estamos aquí desde ayer que te llamaron, no recuerdas? yo los traje en mi auto, estuvimos toda la noche en la sala de espera, fui a buscar el desayuno justo cuando el médico vino, Atzi me mandó un mensaje y vine lo más rápido que pude, ya sabes la suerte que tengo con este tipo de cosas jaja recuerdas la vez que estaba buscando la cartera y no... bueno, no importa. ¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? —. En realidad no lo estaba escuchando, estaba analizándolo, caminaba y se movía igual, tenía más energía y confianza, la mirada era diferente, una que sólo había visto en fotos, ya no usaba anillos, aunque seguía igual de hablador, su mayor defecto, eso era lo que los metió en aquel lío... Ricardo, su casa y la camisa rosa que tanto odiaba, la sangre volvía a subírsele a la cabeza.
—Oye, ¿estás bien? Voy a llamar a alguien para que te vean, espera.
No lo detuvo, tenía la cabeza hecha un desastre —En todo el tiempo que lo conozco nunca se había vestido así, las canas, la cicatriz... —se revisó rapidamente su codo, él no tenía la suya... se había quedado pasmado, se revisó la pantorrilla, esa si que la tenía, el único regalo que le dejó padre antes de irse de la casa a los 16. Se levantó de la cama, tambaleando, por mucho que su mente estuviera fresca por la adrenalina de la pelea, su cuerpo era el de un recién operado con unos meses de cama detrás, con esfuerzo llegó al baño, se echó agua en la cara y se vio en el espejo. No podía hacer más grandes los ojos ni la boca porque no podía, sus canas también se había esfumado, las arrugas, el atisbo de bigote... era él a los 30, 31, ¡increíble!
La enfermera lo abordó por detrás —Arturo, no debería estar levantado.
— Hijo, por favor, te vas a hacer daño, hazle caso a la señorita —. Éste volteó tan rápido la cabeza que se lastimó el cuello por la debilidad.
—¡Mamá! ¡MAMÁ! ¡eres tú! —corrió a abrazarla — mamá, ¿qué haces aquí?, no puedo creerlo, estás aquí.
—Claro que estoy aquí, estuvimos toda la noche esper... —respondió, preocupada y sorprendida por las repentinas lágrimas.
—Parece que no la hubieras visto en años, hijo —dijo una voz masculina, Arturo giró la cabeza con la misma fuerza que antes, lo reconoció, sus piernas le fallaron, todo se volvió negro y cayó al suelo.
Silencio.
La oscuridad empezó a ceder, un sollozo tenue.
Poco a poco identificó que estaba en una habitación cuadrada, estaba flotando, viéndolo todo desde arriba, notó a varias personas reunidas en torno a una cama, reconoció al instante a Atzi, estaba llorando mientras tenía a sus manos a su hija Leire, en la cama estaba él mismo, muerto, frío, pálido.
—¡Amor, estoy bien! ¡mírame! ¡¿Le, Caps, qué no ven que estoy aquí!?
—No pude hacer nada, lo siento, cuando yo llegué ya estaba... ay, carnal, en qué te metiste?—. El tono triste de esa voz no lo pudo sacar de su asombro, ahí estaba él con la misma ropa de siempre, las canas, la cicatriz; se le abalanzó con toda su fuerza, no quería que les tocara ni un pelo pero no se movió, luchó, pataleó pero estaba ahí, estático, un vil espectador, la desesperación de no poder intervenir, berreó y gritó todo lo que pudo pero no evitó que él la abrazara para consolarla que hablaran sobre lo que iban a hacer, el funeral, las deudas, los contratos, los planes, la vida... sin él.
—Le, te amo, lo siento mucho —dijo entre sollozos, rendido— Caps, perdóname, yo... espero que vuelvas a ser feliz, yo...— De repente todo se empezó a mover como en un torbellino y se encontró recostado en la cama de nuevo al instante, su mamá, papá, la caps, la enfermera y él, estaban viéndole, el sol brillaba a través la ventana iluminándolo todo.
Idea original: You just died, but now you’re awake and everyone claims you survived. Turns out when someone dies in one timeline, their consciousness transfers to an alternate where they lived. You are the first person to remember dying, and the first to discover that this makes us effectively immortal.
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